“MY EVS EXPERIENCE”
“…suelta
las cuerdas de tus velas. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa vientos
favorables en tu velamen. Explora. Sueña. Descubre. Viaja para cambiar, no de
lugar, sino de ideas. Tú destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva
forma de ver las cosas. Viaja lejos y siente el poder de escoger si te gusta lo
que los demás han hecho de ti, y así mejora, mejórate a ti misma. Y es que si
no vives para viajar no sirves para vivir. Es una filosofía de vida, es una
forma de ver el mundo. No hay nada como volver a un lugar que poco ha cambiado,
para darte cuenta de lo mucho que has cambiado tú.
A
quienes te pregunten la razón de tus viajes, diles que ignoras lo que buscas,
pues la única búsqueda es la experiencial, la cultural, la de la supervivencia,
la que te transforma, la que te ayuda, la que te supera, y la que sobre todo te
enseña. Pues, sin duda, la mejor universidad que existe es viajar…”
Pre-EVS…
“Estas loca” escuchaba
una y otra vez en boca de personas cercanas a mí. “¿Estás segura de esta
decisión?”, esa era otra de las frases diariamente manifestada en mi entorno
más cercano. ¿Y es que alguna vez se está 100% seguro de algo? La mayoría de
las veces nos surgen dudas e inseguridades a las cuales no sabemos cómo debemos
enfrentarnos. Pues no, claro que no estaba segura, pero algo me decía que tenía
que hacerlo. No podía dejar pasar esta oportunidad, cual señal se tratase. Debo
admitir que no soy creyente, y más que en las señales creo en las
coincidencias. Pero una voz dentro de mí no paraba de repetirme que esto había
ocurrido por alguna razón, y si no la cogía me iba arrepentir toda mi vida.
El procedimiento de mi
EVS fue diferente al convencional. Llevaba meses buscando un voluntariado en
diferentes países europeos, pero la búsqueda se hizo más difícil de lo que
pensaba. La mayoría de organizaciones mostraban algún impedimento, el cual no
me permitía continuar con el proceso. Una mañana al despertarme, encendí el
ordenador, y vi una publicación de una de las tantas organizaciones con las que
me había puesto en contacto. Informaba sobre una plaza para 4 meses en Vihti,
un pequeño pueblecito finlandés. Sin pensarlo mandé mi solicitud (ya de modo
instantáneo, tal y como había hecho cientos de veces anteriores). La gran
diferencia es que la respuesta llego muy pronto, fue cosa de minutos. Se
trataba de una sustitución de una voluntaria que tenía que volver a España. Sin
proceso de selección, sin esperas interminables, sin reuniones previas
informativas, sin excesivo papeleo… No podía ser tan fácil, pensé. Pero sí, era
una de esas oportunidades que o la coges al vuelo o sigue su camino sin mirar
atrás. Nunca me había imaginado pasar un tiempo en Finlandia. No menosprecio el
encanto del país, ni mucho menos. Así como de sus hermanos nórdicos. No
obstante, no había pasado por mi cabeza anteriormente. Sumándole a ello, que mi
anterior experiencia en el extranjero fue en Brasil. El cambio que iba a
experimentar era del todo brusco y duro. Pero sí, ¿por qué no? Mi discurso
externo sobre lo positivo que te aportan los cambios, debía aplicármelo a mi
misma.
Después de varios contratiempos
de la Agencia Nacional, a pocas semanas de emprender el viaje, me llegó un
correo informándome sobre la inestabilidad del proceso, y en consecuencia sobre
si era posible la sustitución anteriormente confirmada. Ya sabemos cómo
funcionan estas cosas, de un día para otro un SÍ se transforma en un QUIZÁS. Y
en ese trance hay mucho tiempo para pensar, demasiado diría yo. Barajas otras
opciones, lo piensas todo en profundidad. Las épocas de inestabilidad e
indecisión son necesarias, pero cuando se alargan demasiado traen muchos
dolores de cabeza. No es necesario que diga cómo se solucionó el asunto.
Días previos estaba muy
nerviosa. Parecía nueva en esto de viajar, y eso que ya había pasado por “lo
mismo” varias veces. Pero esta vez era diferente, iba a trabajar en una aldea,
con una rutina muy marcada, bastante tiempo libre pero escasa socialización a
mí alrededor. Sabía a lo que iba y
estaba dispuesto a ello. Porque en la vida hay épocas para todo, y esta se
trataba de pensar en mí y mejorarme como persona. De aprender cosas nuevas,
adquirir competencias personas y profesionales, pero sobre todo de aprender a
quererme y a respetarme. A ser independiente, más aún, y a no necesitar a nadie
en concreto. Ser yo.
Aeropuerto de Barajas
(Madrid), último aviso: llamada urgente a la chica histérica y miedica que come
barritas de chocolate cerca de la puerta de salida principal, procedente del
vuelo “3,2,1…déjate de tonterías rubia estúpida y súbete de una vez”.
During…
Aquí estaba, después de
varios imprevistos aéreos, tres horas después de lo previsto ya estaba en
Helsinki. Y no tenía miedo, todo lo contrario. A pesar de mis escasos
conocimientos en el habla inglesa…Perdón, ¿he dicho escasos? Quería decir
nulos. Haciendo honor a mi querido país, tan sólo pronunciando una palabra
haciéndola más o menos comprensible, mi rostro empezaba a adquirir un tono
rojizo del todo ridículo y vergonzoso. Llegas a sentirte estúpida e inútil cuando
te percatas de que eres la única que no puede pronunciar ni siquiera una frase
sin interrupciones. Pero como decía antes, a pesar de mis escasos conocimientos
en el habla inglesa, mi llegada fue mejor de lo que me esperaba. Para mi
sorpresa, conocí a personas increíbles los primeros días. Puede que en
situaciones como la mía, donde tus expectativas de socialización son escasas,
se magnifiquen los sentimientos o emociones. Todo se vuelve más intenso y al
mismo tiempo más real, y los vínculos parecen (y son) más fuertes. Pero los
días como esos pasan rápido como si de un sueño se tratase.
“Despierta” me dijo de
repente una voz brusca e irritante. “Tienes que ir a trabajar” volvió a
molestarme despertándome del todo esta vez. “Hola realidad”, dije al mirar por
la ventana. Mi gran ventanal daba vistas al abundante bosque que rodeada los
alrededores. Todo era marrón, un marrón algo triste y aburrido. Mi cortina, si
es que se merece tal nombre, era de una tela casi transparente y de una
longitud escasa para el tamaño del ventanal. Si, estaba en Vihti. Ese pueblo
con ese nombre traicionero: tan corto, y tan difícil de pronunciar al mismo
tiempo. No había conseguido que nadie me entendiera a la primera. Después de
cuatro o cinco intentos, y os aseguro que ponía todo mi esfuerzo para ello,
finalmente me veía obligada a recurrir de aparatos electrónicos para plasmar
esas dichosas cinco letras.
Y ahí estaba, en mi
querida aldea. “¿Era cómo te imaginabas?” me preguntaba mucha gente. A lo cual
yo no sabía que responder. En parte si, en parte no, nunca llegas a
imaginártelo tal y cómo realmente es. Y en numerables momentos piensas ¿Pero
realmente hay gente viviendo aquí? Y si es así, ¿dónde están? Espero que algún
día salgan de su escondrijo. Quizás cuando salga el sol, pronto, muy pronto…eso
decían. Y ese pronto duró más de lo previsto.
El modo ermitaña me había
acompañado en largas conversaciones con mi familia y amigos más allegados. En
forma de broma, comentaba muy decididamente que había llegado el momento de
transformarme en ermitaña. Pero detrás de ello había un sentimiento mayor.
Miedo era la palabra que tenía al imaginar un escenario triste, sombrío,
solitario, frío, aislado y aburrido. Miedo era la palabra que tenía en mi
mente, sin ni siquiera saber qué es lo que realmente me provocaba ese miedo, ni
de dónde venía. Miedo es lo que experimentamos cuando no sabemos cómo
interpretar lo desconocido. El miedo es sólo un mecanismo de defensa cuándo
creemos no estar preparados para enfrentarnos a una situación diferente. El
miedo es tan sólo inseguridad e indecisión. El miedo lo construimos nosotros
mismos, y somos los únicos que podemos enfrentarnos a él.
Pero el cambio de actitud
llegó pronto. Dos meses después me analicé a mí misma, la mejor forma de
hacerlo era en mis largos y diarios paseos en los que tenía que recoger a
primera hora, y dejar al fin de la jornada, a esas personitas tan especiales.
Esas que te sacan una sonrisa cuando crees que nadie podría hacerlo. En esos
caminos era yo misma, aprovechaba para quitarme cualquier tipo de máscara, para
ser sincera conmigo misma y con el mundo que me rodeaba. Porque a mí alrededor
todo era natural, todo era transparente, yo también tenía que serlo, que menos
que responder con mis verdaderas emociones y sentimientos. Esas calles me han
visto llorar cuando pensaba que iba ser imposible mi adaptación a ese lugar.
Esos árboles me han escuchado quejarme de mi triste vida y desprecio por todo
lo que me rodeaba. El marrón y sombrío paisaje se fue transformando en un
escenario verde, floral y del todo agradable. Quizás vaya en consonancia con la
naturaleza, quién sabe. Y como me prometí a mí misma tenía que seguir siendo
sincera con él. Y cantar en voz alta mientras mis cascos me impedían escuchar
mis desastrosas actuaciones, pasó a ser mi modo de demostrar mi felicidad. No
era un regalo a la naturaleza, de eso estaba segura, pero me sentía libre.
Podía expresarme y nadie me escuchaba, podía ser yo. Hablar conmigo misma en
esos deliciosos caminos se volvió algo divertido, sin interrupciones, sin
contaminación, sin pitidos de los coches, sin nada ni nadie que pudiera
estropear esos extraordinarios momentos.
Y sí, me gusta estar sola, respirar el aire que me
envuelve sin nadie próximo que pueda robármelo. Los espacios son necesarios,
los silencios también. La soledad hay que saber disfrutarla y hacer de ella una
cuestión propia. Pues sí, a mí en ocasiones me gusta estar sola, siempre y
cuando este en el sitio adecuado. El que me llena y me hace sentir liberada de
todo prejuicio y expectativa. El que se agarra a mí y me saca una tonta sonrisa
hacia ninguna parte. El que me hace mirar hacia delante y no retrasa mis pasos.
El que me quiere y me hace actuar sin miedo a nada, sin miedo al fracaso y a la
derrota. Ese lugar que te hace brillar, que abre tus cinco sentidos y te
recuerda que todo es posible. Que las pequeñas cosas te hacen grande. Y que
personas como tú abren sus brazos sin esperar nada a cambio.
Encontrar tu hueco
depende más de una misma que de su alrededor. Aunque es cierto que encontrar a
gente en el camino con la que compartir esas pequeñas cosas que te hacen feliz,
ayuda bastante. Y una copa de vino, un abrazo, una buena conversación, una
sonrisa, un paseo agradable, una caricia, una comida deliciosa o un picnic en
el lago. Un concierto en plena luz del día, rayos de sol asomando a las tres de
la mañana, preciosas gaviotas posando en los parques, vestimentas de verano a
tan sólo 15 grados, un “moi moi” mañanero de un desconocido, y otros “moi moi”
con abrazo incluido de esas personitas tan especiales. Disfrutar recogiendo
deliciosos frutos silvestres, pero gozar aún más saboreándolos, encontrarte un
pequeño erizo perdido en la puerta de casa y querer adoptarlo conociendo el
peligro que conlleva, cogerle gustito a llevar sudadera a la playa incluso
adorar la sauna en pleno mes de julio. Pequeñas cosas que te hacen sentir viva.
Más allá de eso las noches pasan y los jerseys se
marchan. Pero el invierno por fin se acaba. Con días en los que una mirada te
ha hecho soñar y estremecerte entre sábanas. Y otros en los que el vacío se
hace grande. Despedir a personas, echar de menos a otras. Pero aunque todos los
días no salga el sol, la luz siempre nos acompaña, y es que 20 horas iluminadas
al día sólo trae cosas buenas. “Quejarse es cosa de vicio, disfrutar de ello ya
es cosa nuestra”, o eso dijeron dos chicas un día de verano cubiertas con un
ligero abrigo, que entre carcajadas y ataques de risa disfrutaban de las floreadas
y verdes vistas.
Llantos y adioses. ¿De verdad han pasado 4
meses? Un simple gracias se queda corto.
Post-EVS…
Y llegó el verdadero
invierno. Llegaron los días fríos al cálido verano mediterráneo. Abandonar los
cantos mañaneros de las elegantes aves nórdicas, para despertar con el sonido
estridente de los atascos, las prisas, y los claxon. Añorando mi tan temida y
dolorosa soledad, esa que en algún momento ha mojado mis sábanas, pero que en
muchas otras ha amansado mi alma. Más allá de la pura cuestión espiritual, la
cual se suele ligar más a la soledad de lo que realmente lo está, sentirse bien
con uno mismo es la mayor paz interior que un ser humano puede hallar.
No puedo negar que
vosotros y vosotras me curáis en el día a día, con ternura, con risas y más
risas, con algún abrazo que otro, no demasiados no sea que nos acostumbremos y
caigamos en un sentimentalismo rozando lo puramente humano. Y sí, claro que os he echado de menos, siempre lo
hago en mi ausencia. Quizás está vez más que nunca ¿Dije quizás? Perdona, no
hay duda posible.
Admito que no soy de las
que regalan “te quieros” en cada esquina. Llamar sobrevaloradas a esas dos
palabras se queda corto ¿Querer significa necesitar? Si eso es así debo anunciar
que yo no quiero a nadie, sólo a mí misma. Podría decir que siento admitir tan
abiertamente que no te necesito, pero lo cierto es que no lo siento, pues es lo
que realmente pienso. Puede que el aprendizaje más desarrollado y difícil de
alcanzar sea aprender a vivir solo. Me gusta tu compañía, pero no la necesito
expresamente. Muchos pensareis “esta chica insensible y sin sentimientos no
sabe lo que está diciendo, que deshonra para sus más allegados”. A esa gente le
diría que SÍ, que podría vivir sin ellos, pero eso no quita que sean
especiales. Siempre lo será cada persona que ha compartido su valioso tiempo,
que te ha apoyado en los malos momentos pero ha sabido cogerte la mano para
disfrutar de los buenos. Sí, os quiero, lo he dicho ¿vale? Os quiero, pero
estaré bien. Porque sé adaptarme a lo que el mundo tiene preparado para mí, o
quizás a lo que yo tengo preparado para él.
He decidido no deshacer
nunca mi maleta, ella es mi camino, ella marca mi destino. Y con ella y unas
últimas palabras me despido.
“…no me toques, no te acerques, pero no me
dejes sola”. Cargando en mi espalda un gran bloque de hielo caminando por el
asfixiante desierto del Sáhara ¿Sobreviviendo? A base de mucha agua.
Intoxicación, desconcierto, inestabilidad, confusión…”ESTOY BIEN, ¿NO LO VES?
ESTOY MÁS QUE BIEN”. Vamos a tomar una cerveza. Vamos ya por dios. No me dejes
pensar, no lo hagas. Todo me sabe a poco, pero por ahora es suficiente. Y es
que cuándo todo está a mano, pierde su valor, hasta su esencia. Qué extraña
sensación esa de no pertenecer a ningún sitio. No querer volver, pero tampoco
estar segura de querer quedarte. Quizás mi lugar sea el mismo mundo, EL MUNDO,
sin fronteras ni restricciones, sin esos dichosos muros morales que construimos
en nuestras mentes para crear una identidad propia asociada a un minúsculo
trozo de tierra. En lugar de saborear y descubrir todo lo que este planeta nos
ofrece. De cultura en cultura, de sociedad en sociedad, de personas en
personas, de sonrisa en sonrisa. Y mira que es bonito sonreír, aunque más
bonito aún es desprender carcajadas hasta por los poros de la cara. Si, de esas
que puedes digerir en tu estómago y que incluso llegan hasta tus párpados en
forma de lágrimas. Qué dices bonito, llamémoslo más bien felicidad. Hoy estoy
aquí donde quiero estar, ¿pero qué me dices de mañana? Como respondería Bill
Murray en “Atrapado en el tiempo”: “¿Y si no hay mañana? Hoy no lo ha habido”.
Verónica Peñalver Usach