viernes, 16 de octubre de 2015

“MY EVS EXPERIENCE”

“…suelta las cuerdas de tus velas. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa vientos favorables en tu velamen. Explora. Sueña. Descubre. Viaja para cambiar, no de lugar, sino de ideas. Tú destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas. Viaja lejos y siente el poder de escoger si te gusta lo que los demás han hecho de ti, y así mejora, mejórate a ti misma. Y es que si no vives para viajar no sirves para vivir. Es una filosofía de vida, es una forma de ver el mundo. No hay nada como volver a un lugar que poco ha cambiado, para darte cuenta de lo mucho que has cambiado tú.
A quienes te pregunten la razón de tus viajes, diles que ignoras lo que buscas, pues la única búsqueda es la experiencial, la cultural, la de la supervivencia, la que te transforma, la que te ayuda, la que te supera, y la que sobre todo te enseña. Pues, sin duda, la mejor universidad que existe es viajar…”

Pre-EVS…

“Estas loca” escuchaba una y otra vez en boca de personas cercanas a mí. “¿Estás segura de esta decisión?”, esa era otra de las frases diariamente manifestada en mi entorno más cercano. ¿Y es que alguna vez se está 100% seguro de algo? La mayoría de las veces nos surgen dudas e inseguridades a las cuales no sabemos cómo debemos enfrentarnos. Pues no, claro que no estaba segura, pero algo me decía que tenía que hacerlo. No podía dejar pasar esta oportunidad, cual señal se tratase. Debo admitir que no soy creyente, y más que en las señales creo en las coincidencias. Pero una voz dentro de mí no paraba de repetirme que esto había ocurrido por alguna razón, y si no la cogía me iba arrepentir toda mi vida.
El procedimiento de mi EVS fue diferente al convencional. Llevaba meses buscando un voluntariado en diferentes países europeos, pero la búsqueda se hizo más difícil de lo que pensaba. La mayoría de organizaciones mostraban algún impedimento, el cual no me permitía continuar con el proceso. Una mañana al despertarme, encendí el ordenador, y vi una publicación de una de las tantas organizaciones con las que me había puesto en contacto. Informaba sobre una plaza para 4 meses en Vihti, un pequeño pueblecito finlandés. Sin pensarlo mandé mi solicitud (ya de modo instantáneo, tal y como había hecho cientos de veces anteriores). La gran diferencia es que la respuesta llego muy pronto, fue cosa de minutos. Se trataba de una sustitución de una voluntaria que tenía que volver a España. Sin proceso de selección, sin esperas interminables, sin reuniones previas informativas, sin excesivo papeleo… No podía ser tan fácil, pensé. Pero sí, era una de esas oportunidades que o la coges al vuelo o sigue su camino sin mirar atrás. Nunca me había imaginado pasar un tiempo en Finlandia. No menosprecio el encanto del país, ni mucho menos. Así como de sus hermanos nórdicos. No obstante, no había pasado por mi cabeza anteriormente. Sumándole a ello, que mi anterior experiencia en el extranjero fue en Brasil. El cambio que iba a experimentar era del todo brusco y duro. Pero sí, ¿por qué no? Mi discurso externo sobre lo positivo que te aportan los cambios, debía aplicármelo a mi misma.
Después de varios contratiempos de la Agencia Nacional, a pocas semanas de emprender el viaje, me llegó un correo informándome sobre la inestabilidad del proceso, y en consecuencia sobre si era posible la sustitución anteriormente confirmada. Ya sabemos cómo funcionan estas cosas, de un día para otro un SÍ se transforma en un QUIZÁS. Y en ese trance hay mucho tiempo para pensar, demasiado diría yo. Barajas otras opciones, lo piensas todo en profundidad. Las épocas de inestabilidad e indecisión son necesarias, pero cuando se alargan demasiado traen muchos dolores de cabeza. No es necesario que diga cómo se solucionó el asunto.
Días previos estaba muy nerviosa. Parecía nueva en esto de viajar, y eso que ya había pasado por “lo mismo” varias veces. Pero esta vez era diferente, iba a trabajar en una aldea, con una rutina muy marcada, bastante tiempo libre pero escasa socialización a mí alrededor.  Sabía a lo que iba y estaba dispuesto a ello. Porque en la vida hay épocas para todo, y esta se trataba de pensar en mí y mejorarme como persona. De aprender cosas nuevas, adquirir competencias personas y profesionales, pero sobre todo de aprender a quererme y a respetarme. A ser independiente, más aún, y a no necesitar a nadie en concreto. Ser yo.
Aeropuerto de Barajas (Madrid), último aviso: llamada urgente a la chica histérica y miedica que come barritas de chocolate cerca de la puerta de salida principal, procedente del vuelo “3,2,1…déjate de tonterías rubia estúpida y súbete de una vez”.

During…

Aquí estaba, después de varios imprevistos aéreos, tres horas después de lo previsto ya estaba en Helsinki. Y no tenía miedo, todo lo contrario. A pesar de mis escasos conocimientos en el habla inglesa…Perdón, ¿he dicho escasos? Quería decir nulos. Haciendo honor a mi querido país, tan sólo pronunciando una palabra haciéndola más o menos comprensible, mi rostro empezaba a adquirir un tono rojizo del todo ridículo y vergonzoso. Llegas a sentirte estúpida e inútil cuando te percatas de que eres la única que no puede pronunciar ni siquiera una frase sin interrupciones. Pero como decía antes, a pesar de mis escasos conocimientos en el habla inglesa, mi llegada fue mejor de lo que me esperaba. Para mi sorpresa, conocí a personas increíbles los primeros días. Puede que en situaciones como la mía, donde tus expectativas de socialización son escasas, se magnifiquen los sentimientos o emociones. Todo se vuelve más intenso y al mismo tiempo más real, y los vínculos parecen (y son) más fuertes. Pero los días como esos pasan rápido como si de un sueño se tratase.
“Despierta” me dijo de repente una voz brusca e irritante. “Tienes que ir a trabajar” volvió a molestarme despertándome del todo esta vez. “Hola realidad”, dije al mirar por la ventana. Mi gran ventanal daba vistas al abundante bosque que rodeada los alrededores. Todo era marrón, un marrón algo triste y aburrido. Mi cortina, si es que se merece tal nombre, era de una tela casi transparente y de una longitud escasa para el tamaño del ventanal. Si, estaba en Vihti. Ese pueblo con ese nombre traicionero: tan corto, y tan difícil de pronunciar al mismo tiempo. No había conseguido que nadie me entendiera a la primera. Después de cuatro o cinco intentos, y os aseguro que ponía todo mi esfuerzo para ello, finalmente me veía obligada a recurrir de aparatos electrónicos para plasmar esas dichosas cinco letras.
Y ahí estaba, en mi querida aldea. “¿Era cómo te imaginabas?” me preguntaba mucha gente. A lo cual yo no sabía que responder. En parte si, en parte no, nunca llegas a imaginártelo tal y cómo realmente es. Y en numerables momentos piensas ¿Pero realmente hay gente viviendo aquí? Y si es así, ¿dónde están? Espero que algún día salgan de su escondrijo. Quizás cuando salga el sol, pronto, muy pronto…eso decían. Y ese pronto duró más de lo previsto.
El modo ermitaña me había acompañado en largas conversaciones con mi familia y amigos más allegados. En forma de broma, comentaba muy decididamente que había llegado el momento de transformarme en ermitaña. Pero detrás de ello había un sentimiento mayor. Miedo era la palabra que tenía al imaginar un escenario triste, sombrío, solitario, frío, aislado y aburrido. Miedo era la palabra que tenía en mi mente, sin ni siquiera saber qué es lo que realmente me provocaba ese miedo, ni de dónde venía. Miedo es lo que experimentamos cuando no sabemos cómo interpretar lo desconocido. El miedo es sólo un mecanismo de defensa cuándo creemos no estar preparados para enfrentarnos a una situación diferente. El miedo es tan sólo inseguridad e indecisión. El miedo lo construimos nosotros mismos, y somos los únicos que podemos enfrentarnos a él.
Pero el cambio de actitud llegó pronto. Dos meses después me analicé a mí misma, la mejor forma de hacerlo era en mis largos y diarios paseos en los que tenía que recoger a primera hora, y dejar al fin de la jornada, a esas personitas tan especiales. Esas que te sacan una sonrisa cuando crees que nadie podría hacerlo. En esos caminos era yo misma, aprovechaba para quitarme cualquier tipo de máscara, para ser sincera conmigo misma y con el mundo que me rodeaba. Porque a mí alrededor todo era natural, todo era transparente, yo también tenía que serlo, que menos que responder con mis verdaderas emociones y sentimientos. Esas calles me han visto llorar cuando pensaba que iba ser imposible mi adaptación a ese lugar. Esos árboles me han escuchado quejarme de mi triste vida y desprecio por todo lo que me rodeaba. El marrón y sombrío paisaje se fue transformando en un escenario verde, floral y del todo agradable. Quizás vaya en consonancia con la naturaleza, quién sabe. Y como me prometí a mí misma tenía que seguir siendo sincera con él. Y cantar en voz alta mientras mis cascos me impedían escuchar mis desastrosas actuaciones, pasó a ser mi modo de demostrar mi felicidad. No era un regalo a la naturaleza, de eso estaba segura, pero me sentía libre. Podía expresarme y nadie me escuchaba, podía ser yo. Hablar conmigo misma en esos deliciosos caminos se volvió algo divertido, sin interrupciones, sin contaminación, sin pitidos de los coches, sin nada ni nadie que pudiera estropear esos extraordinarios momentos.
Y sí, me gusta estar sola, respirar el aire que me envuelve sin nadie próximo que pueda robármelo. Los espacios son necesarios, los silencios también. La soledad hay que saber disfrutarla y hacer de ella una cuestión propia. Pues sí, a mí en ocasiones me gusta estar sola, siempre y cuando este en el sitio adecuado. El que me llena y me hace sentir liberada de todo prejuicio y expectativa. El que se agarra a mí y me saca una tonta sonrisa hacia ninguna parte. El que me hace mirar hacia delante y no retrasa mis pasos. El que me quiere y me hace actuar sin miedo a nada, sin miedo al fracaso y a la derrota. Ese lugar que te hace brillar, que abre tus cinco sentidos y te recuerda que todo es posible. Que las pequeñas cosas te hacen grande. Y que personas como tú abren sus brazos sin esperar nada a cambio.
Encontrar tu hueco depende más de una misma que de su alrededor. Aunque es cierto que encontrar a gente en el camino con la que compartir esas pequeñas cosas que te hacen feliz, ayuda bastante. Y una copa de vino, un abrazo, una buena conversación, una sonrisa, un paseo agradable, una caricia, una comida deliciosa o un picnic en el lago. Un concierto en plena luz del día, rayos de sol asomando a las tres de la mañana, preciosas gaviotas posando en los parques, vestimentas de verano a tan sólo 15 grados, un “moi moi” mañanero de un desconocido, y otros “moi moi” con abrazo incluido de esas personitas tan especiales. Disfrutar recogiendo deliciosos frutos silvestres, pero gozar aún más saboreándolos, encontrarte un pequeño erizo perdido en la puerta de casa y querer adoptarlo conociendo el peligro que conlleva, cogerle gustito a llevar sudadera a la playa incluso adorar la sauna en pleno mes de julio. Pequeñas cosas que te hacen sentir viva.

Más allá de eso las noches pasan y los jerseys se marchan. Pero el invierno por fin se acaba. Con días en los que una mirada te ha hecho soñar y estremecerte entre sábanas. Y otros en los que el vacío se hace grande. Despedir a personas, echar de menos a otras. Pero aunque todos los días no salga el sol, la luz siempre nos acompaña, y es que 20 horas iluminadas al día sólo trae cosas buenas. “Quejarse es cosa de vicio, disfrutar de ello ya es cosa nuestra”, o eso dijeron dos chicas un día de verano cubiertas con un ligero abrigo, que entre carcajadas y ataques de risa disfrutaban de las floreadas y verdes vistas.
Llantos y adioses. ¿De verdad han pasado 4 meses?  Un simple gracias se queda corto.

Post-EVS…

Y llegó el verdadero invierno. Llegaron los días fríos al cálido verano mediterráneo. Abandonar los cantos mañaneros de las elegantes aves nórdicas, para despertar con el sonido estridente de los atascos, las prisas, y los claxon. Añorando mi tan temida y dolorosa soledad, esa que en algún momento ha mojado mis sábanas, pero que en muchas otras ha amansado mi alma. Más allá de la pura cuestión espiritual, la cual se suele ligar más a la soledad de lo que realmente lo está, sentirse bien con uno mismo es la mayor paz interior que un ser humano puede hallar.
No puedo negar que vosotros y vosotras me curáis en el día a día, con ternura, con risas y más risas, con algún abrazo que otro, no demasiados no sea que nos acostumbremos y caigamos en un sentimentalismo rozando lo puramente humano. Y sí, claro que os he echado de menos, siempre lo hago en mi ausencia. Quizás está vez más que nunca ¿Dije quizás? Perdona, no hay duda posible.
Admito que no soy de las que regalan “te quieros” en cada esquina. Llamar sobrevaloradas a esas dos palabras se queda corto ¿Querer significa necesitar? Si eso es así debo anunciar que yo no quiero a nadie, sólo a mí misma. Podría decir que siento admitir tan abiertamente que no te necesito, pero lo cierto es que no lo siento, pues es lo que realmente pienso. Puede que el aprendizaje más desarrollado y difícil de alcanzar sea aprender a vivir solo. Me gusta tu compañía, pero no la necesito expresamente. Muchos pensareis “esta chica insensible y sin sentimientos no sabe lo que está diciendo, que deshonra para sus más allegados”. A esa gente le diría que SÍ, que podría vivir sin ellos, pero eso no quita que sean especiales. Siempre lo será cada persona que ha compartido su valioso tiempo, que te ha apoyado en los malos momentos pero ha sabido cogerte la mano para disfrutar de los buenos. Sí, os quiero, lo he dicho ¿vale? Os quiero, pero estaré bien. Porque sé adaptarme a lo que el mundo tiene preparado para mí, o quizás a lo que yo tengo preparado para él.
He decidido no deshacer nunca mi maleta, ella es mi camino, ella marca mi destino. Y con ella y unas últimas palabras me despido.

“…no me toques, no te acerques, pero no me dejes sola”. Cargando en mi espalda un gran bloque de hielo caminando por el asfixiante desierto del Sáhara ¿Sobreviviendo? A base de mucha agua. Intoxicación, desconcierto, inestabilidad, confusión…”ESTOY BIEN, ¿NO LO VES? ESTOY MÁS QUE BIEN”. Vamos a tomar una cerveza. Vamos ya por dios. No me dejes pensar, no lo hagas. Todo me sabe a poco, pero por ahora es suficiente. Y es que cuándo todo está a mano, pierde su valor, hasta su esencia. Qué extraña sensación esa de no pertenecer a ningún sitio. No querer volver, pero tampoco estar segura de querer quedarte. Quizás mi lugar sea el mismo mundo, EL MUNDO, sin fronteras ni restricciones, sin esos dichosos muros morales que construimos en nuestras mentes para crear una identidad propia asociada a un minúsculo trozo de tierra. En lugar de saborear y descubrir todo lo que este planeta nos ofrece. De cultura en cultura, de sociedad en sociedad, de personas en personas, de sonrisa en sonrisa. Y mira que es bonito sonreír, aunque más bonito aún es desprender carcajadas hasta por los poros de la cara. Si, de esas que puedes digerir en tu estómago y que incluso llegan hasta tus párpados en forma de lágrimas. Qué dices bonito, llamémoslo más bien felicidad. Hoy estoy aquí donde quiero estar, ¿pero qué me dices de mañana? Como respondería Bill Murray en “Atrapado en el tiempo”: “¿Y si no hay mañana? Hoy no lo ha habido”.





Verónica Peñalver Usach

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